Los ciudadanos poseen soberanía porque no hay ninguna autoridad por encima de ellos. La Constitución les otorga derecho a decidir cómo gobernar el territorio que habitan. Lo hace porque es la única forma de organizar una sociedad con real respeto a sus integrantes. Cuando los creadores de las constituciones civilizadas dispusieron esto, no lo hicieron porque creyeran que los ciudadanos lo saben todo.
Si no somos infalibles en nada, tampoco lo somos al elegir un gobierno. No nos convertimos por un día en una unidad sobrehumana ni incuestionable. La prueba es que ese día hay votos para opciones muy distintas entre sí.
No son menos pueblo los que votaron por las listas que no ganaron.
Ni ese día ni ningún otro actuamos como pueblo: cada uno actúa como un individuo con ideas y motivaciones propias.
Al dictaminar que el gobierno debe ser elegido por el pueblo, se utiliza el término pueblo porque es necesario utilizar alguno.
Aunque se aplique un nombre común al conjunto de los ciudadanos, estos siguen siendo los ciudadanos, en plural. En todo momento y en todos los casos son individuos, que deciden de acuerdo a su criterio individual.
Cuando distintas formas de nacionalismo o fascismo afirman que existe el pueblo, o la nación, como una entidad con identidad propia, y que los individuos son partes que solo tienen sentido en función del todo, dan el primer paso hacia el avasallamiento de todos los derechos de las personas. Cualquiera de ellas podría ser manejada o sacrificada en defensa del todo.
Pero como jamás existió un todo que pensara por sí mismo, y solo pueden pensar los individuos, las decisiones que el fascismo presenta como tomadas en nombre del todo o de la nación son tomadas por un individuo al que se considera encarnación consciente del conjunto. Así se establecen en el poder los líderes incuestionables, que monopolizan el derecho a decidir sobre la vida o muerte de los individuos en nombre de la nación.
Nunca se puede concebir una unidad llamada el pueblo sin anular a las personas como entidades con libertades y derechos propios.
Así como se enferman las sociedades al creer que el pueblo es una entidad homogénea que obedece ciegamente a su líder, pueden enfermarse al creer que se trata de una entidad homogénea que no puede ser cuestionada por ningún individuo.
Solo puede ser sana una sociedad en la que los individuos convivan sin dejar de ser individuos, dueños de sus vidas y con derecho a decidir qué hacer con ellas.
En la medida en que haga falta un poder público para decidir cómo atender los intereses comunes, hace falta que, para no avasallar los derechos de los individuos, ese poder público se constituya en base a la voluntad de esos individuos.
Y como no todos los individuos piensan lo mismo sobre cómo debe actuar el poder público, la única solución no violenta es que los integrantes de ese poder público se elijan por medio del voto.
El Poder Legislativo es constituido por integrantes de partidos o modos de pensar, que ingresan en la proporción en que cada modo de pensar suma voluntades en la sociedad. Como el Poder Ejecutivo queda a cargo de una sola persona, se confía al candidato que obtenga más votos.
Cuando se vota, aunque el conjunto de los votantes sea denominado el pueblo, quienes votan son los individuos; y cada uno lo hace de acuerdo a lo que le parezca mejor.
Si cada voto es la expresión de lo que le parece mejor a un individuo, y si cualquier individuo es falible al decidir sobre su vida particular, sobre la vida pública o sobre cualquier otra cosa, ¿por qué pensar que es infalible al votar, si nunca fue otra cosa que un individuo?
Si los votos son votos de individuos, si no existe el pueblo como entidad única y más importante que ellos, ¿por qué pensar que hay que ser alguien en especial para juzgar lo que se votó? ¿Por qué pensar que votó el pueblo y no que votaron millones de individuos distintos? ¿Por qué pensar que solo son pueblo los que votaron la opción ganadora, que tal vez ganó por muy escaso margen? ¿Por qué creer que tenemos derecho a preferir un modo de pensar y no tenemos derecho a opinar sobre lo conveniente o inconveniente de los otros?
Si votamos por un modo de pensar entre otros, es porque disponemos del derecho a observarlos críticamente a todos. No habría elecciones libres si no se nos permitiera aprobar o desaprobar cualquiera de las propuestas presentadas.
En una sociedad donde hay distintas corrientes de pensamiento, el hecho de que una sea la más votada no la convierte en sobrehumana ni le otorga la condición de sagrada e incuestionable. Obedecer la decisión más votada es simplemente el mejor método para establecer un gobierno por otra vía que no sea la violencia.
Los votos que al sumarse se convierten en mayoría son lo mismo que los otros: decisiones tomadas por seres humanos.
Como toda decisión humana, una elección política puede dar malos resultados.
Si la Constitución establece el respeto por esa elección, que es la manifestación de un modo de pensar, establece al mismo tiempo el respeto por cualquier otra manifestación de un modo de pensar; como, por ejemplo, la opinión sobre lo que votaron otros.
Si nadie nos discute el derecho a opinar sobre lo que hacen el presidente, el ministro de economía o el técnico de la selección de fútbol, ¿por qué suponer que no tenemos derecho a opinar sobre lo que hace cualquier otra persona, incluso cuando sea parte de esa mayoría que suele denominarse el pueblo?
Al fin y al cabo, todos somos personas decidiendo algo.
Estamos obligados a permitir que asuma como gobierno el que haya sido más votado. No estamos obligados a dejar de hablar sobre la conveniencia o inconveniencia de que gobierne esa persona, ni sobre la conveniencia o inconveniencia de haberla elegido.
Atrevámonos a decírnoslo: somos los dueños del país y de esa herramienta trabajosamente creada que llamamos democracia. Como somos los dueños del país venimos decidiendo desde hace tiempo qué hacer con él, y por lo tanto somos los responsables de las consecuencias.
Si en tanto tiempo no conseguimos lo que queríamos tiene mucho sentido decirnos que hay algo que no hicimos bien, que nuestro drama no es responsabilidad de otros.
Tiene sentido sospechar que usamos la herramienta de un modo que no convenía. |