Nací en Buenos Aires en 1949. Empecé a escribir a los catorce años, creyendo que lo primero que volcaba en el papel sería la redacción definitiva que en poco tiempo iría a una editorial. Después vi que algunas frases y párrafos podían sonar mejor; fui tachando y sustituyendo partes, y descubrí que la literatura es un interminable acto de sentirse disconforme, autoexigirse y superarse. Un día fui más allá: todo el libro que planeaba me pareció decididamente malo, y lo abandoné. Como esto tuvo lugar mientras vivía y necesitaba pagar mi vida, por mucho tiempo los problemas de cada día forzaron a la literatura a quedar como un tal vez que recobraría el aliento más adelante. Con el tiempo continué imaginando, comenzando y tirando historias a la basura. Las primeras que merecieron sobrevivir están publicadas en 14 cuentos. Como además de los cuentos me interesa el tema de qué nos conviene hacer con nuestra vida, y el de por qué las sociedades pueden funcionar mejor o peor, escribí ensayos en los que sintetizo lo que reflexioné al respecto, con la suposición de que tal vez sea útil. Puede ser que nos interese la admiración y eso que llamamos éxito; pero en el fondo de todo, por encima de todo, cada palabra que lanzamos al mundo constituye una aspiración: estar alguna vez ante los ojos de alguien y conseguir que viva lo que vivimos al escribirla.